La Ciudad de México tiene lugares pequeños y escondidos que vale la pena conocer. El espacio de El Eco es pequeño y escondido entre el tráfico, pero allí la arquitectura transformó en lugar de contemplación y silencio. Arquitectura Emocional en la calle de Sullivan casi llegando a Insurgentes.
En la vieja Ciudad de México había un lago, después linderos de los lagos, después las montañas. Con los siglos la ciudad se extendió desde el centro como telaraña circular, trazando calles que convergen al centro: una de ellas es Sullivan. Esa calle durante el día es de oficinistas, microbuseros, taxistas, taqueros y vendedores ambulantes; por la noche las prostitutas toman la calle.
El quieto espacio del Museo Experimental Eco está sobre Sullivan escondido entre árboles, y frente al Monumento a la Madre, que es un parque agradable. Puedes ir allí un par de horas y después vagar por la vieja colonia San Rafael.
El Museo es ejemplo de la arquitectura mexicana del siglo XX. Lo hizo Mathias Goeritz, un genio alemán que estuvo en México a mediados del siglo XX.
“Haga lo que se le dé la gana” –le dijo su mecenas a Mathias Goeritz.
El resultado es un edificio poético que se inauguró en 1953 y que ha sido caprichoso en su historia. Comenzó como museo experimental para expandir los lenguajes de las artes. Después fue restaurante, club nocturno, antro, teatro, lugar de encuentro para actividades políticas. Como todo, su vida ha sido también errática.
En 2004 la Universidad Nacional Autónoma de México compró el edificio y reabrió en 2005. Se trabajó para que la obra de arte (el edificio del museo en sí) volviera a su estado original. Recorrelo. Allí revive el legado arquitectónico de Goeritz. Y los esfuerzos para expandir los lenguajes del arte.

Museo Experimental El Eco